"Hay cosas, Señor, que no puedo entender... así como otras tantas Señor para bendecirte y para poderte creer.
Me tocaste y llamaste a la vida para amarte desde mi pecho; el brillo del intelecto que me diste llevando la luz a mi ingenuidad. Me sorprendiste volando sobre un mar infinito de belleza, de ternura y amor; y me enseñaste a tomar la vida con paciencia y aún con dolor. Despiertan las mañanas... y en el mismo fragor de tiempo y existencia, se iluminan el día y la luna para un nuevo anochecer. Dame la paciencia del principio de la vida, más todo el tiempo para aprender..."
He bajado hasta los confines de la ignorancia, y al mismo tiempo me he elevado en un peldaño del conocimiento. Me doy cuenta que no sé nada, y que soy el principio del saber y de la vida; que vago entre el calor y la luz de un sol fulgurente, y el frío y la oscuridad de la nada. Me doy cuenta que viajo a un paso veloz por el firmamento, borrándose mis huellas a través del tiempo. Lo soy todo por hoy, la luz, la bondad y el amor de tu entendimiento.
He vagado por los mismos caminos que tú, viviendo del mismo aire que respiramos. El dulce y el amargo que ha jugueteado con nuestros paladares; y el olor y la música de la tierra hasta Dios. El hambre y el dolor de tierras lejanas o cercanas, la brecha de felicidad y amor, de piel tersa y belleza, la luz resplandeciendo en tu pelo, el fulgor de las canas hiriendo el color negro del absoluto... como el espíritu de la luciérnaga que esparce su luz en el resbalón de tus pies.
Toda nuestra vida se conduce por los mismos caminos de frágil percepción del Creador, y mayores ejemplos se escribirán en la misma lista de todos los tiempos; porque como quien dijera que es necesaria una oposición en todas las cosas, el espíritu relativo de todos los caminos en el cosmos te conducen a la felicidad... y tú que creías núnca encontrarla, terminas dándo cuenta que en el mismo día en que tú naciste, diste un paso más de los muchos que ya se han dado y que conducen a la inmortalidad.