He madurado....
he madurado como un fruto prohibido para la humanidad.
Terminaron aquellos años de sencilléz y sublime ingenuidad. Aquellos momentos en que era fácil imaginarlo y hacernos creer en Dios; cuando no entendíamos al sacerdote, al educando o a nuestros padres que nos querían dar su orientación y al fín terminamos absorviéndola como parte de nuestros principios y educación... Lo cierto es que como padres y como miembros de la raza humana es quizá la mejor virtud de la que nos podemos jactar. Al final, algo de nosotros queda, y llegará el momento en que nuestros hijos seguirán el ejemplo y terminarán también siendo orientadores sin tan siquiera pretenderlo.
Lo cierto es que creímos en su sinceridad y dimos gracias a Dios porque hubo alguien que se preocupara por nosotros... aunque no lo reconocimos en aquél entonces, el amor de nuestros padres no tiene comparación. Entonces comenzamos a reconocer en ellos el esfuerzo genuino que pusieron en orientarnos, para ser útiles a la sociedad, para ser útiles a nosotros mismos. Comenzamos a ver en ellos la lealtad y el amor desinteresado que muy difícilmente vamos a encontrar en nuestro alrededor. Vemos a través de sus ojos a Dios... pero no aquél Dios personificado de nuestros padres y educandos; sino al Dios verdadero que yace en nuestro corazón, al único que vamos a rendirle cuentas, no ante un concilio o un jurado, sino ante la verdad; que por muy dura o franca que sea, termina al final siendo parte de nuestra liberación.
He madurado... y ya ni el teólogo ni el pordiosero me harán creer en Dios... porque lo he tenido siempre en mi corazón.
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